La tradición manda.

Tranquilos que ya estamos aquí de nuevo. Seguro que nuestro incondicional, pero fiestero lector no nos ha echado mucho de menos entre tanto turrón, polvorón, cava, peladilla y pandereta. Pero ya volvemos a la rutina atáxica, que es como cualquier otra pero con las vicisitudes propias de alguien al que acompaña inseparable una íntima amiga, la ataxia.

Sí, ya han pasado, por fín, estas fechas tan anheladas por unos y tan odiadas por otros. Lo que está claro es que son unos días que, de una forma u otra, no dejan indiferente a nadie. Pero la cosa no es de ahora, viene de lejos.

Es sabido que en esta época del año se concentran muchas celebraciones que en un principio eran de origen pagano y que festejaban el día más corto del año, es decir el solsticio de invierno. Un día especial rodeado de un halo de misterio y aparente poder sobrenatural sobre las estaciones.

Posteriormente, los romanos, unos tipos que tenían sus cosas, pero que siempre se caracterizaron por adaptar a su modo de vida lo que les parecía bueno, hicieron suyas muchas tradiciones de los pueblos que iban conquistando. Así celebraban también en esta época las saturnales. Fiestas dedicadas a Saturno, dios de la agricultura, y que culminaban el 25 de diciembre con la celebración del Sol Invictus, el astro invencible, ya que los días, de nuevo, comenzaban a alargarse y la luz vencía a la oscuridad. Después el cristianismo hizo coincidir estas celebraciones con las suyas, para así santificarlas. Así, allá por el año 354, el papa Liberio declaró a tal fin, que el sagrado alumbramiento de Jesucristo había tenido lugar esa misma fecha, sin haber constancia de ello.

En la actualidad una nueva corriente, llamada consumismo, también se suma al contubernio de apropiación de la fiesta para darle una vuelta más, buscando en estas fechas las mayores ventas del año. Se fomenta el consumo degenerado alimentando, en esta ocasión a tal fin, el regalo. Sibilinamente se induce la costumbre de regalar por regalar; de poseer el último grito; de desechar lo viejo para adquirir lo nuevo, aunque sea innecesario.

Por tanto, en definitiva, repetimos costumbres ancestrales que se han ido trasmitiendo de generación en generación, pero a las que se han ido añadiendo peculiaridades de cada momento. Pero en esencia lo que hacemos es celebrar el paso de solsticio de invierno, que no es ni más ni menos que el momento en los que el Sol, en movimiento aparente, alcanza la máxima declinación sur (−23º 27’) con respecto al ecuador terrestre. Astronómicamente es así de simple pero de siempre ha constituido un momento mágico con cierto poder sobrenatural desde que el hombre tiene memoria.

O sea, que lo que en realidad festejamos es el comienzo de un nuevo ciclo, es decir un volver a empezar en el “continuum revolutum” de la vida, que no es otra cosa que una nueva vuelta en la órbita elíptica de la Tierra alrededor del Sol, astro que se encuentra en uno de los dos focos de esta figura geométrica. El sentido que le demos a estas celebraciones ya depende de cada uno, o mejor dicho, de cada cultura en cada momento, que es la que manda pues somos seres sociales.

Evidentemente, todo esto conlleva una serie de protocolos dictados por las costumbres. Uno de ellos es desear Feliz Año Nuevo a los demás, aunque haya un amplio debate sobre hasta qué fecha, se debe o se puede, felicitar el año. Parece que los más sesudos especialistas en el tema todavía no se han puesto de acuerdo para resolver la cuestión. Así que, hasta que se se desarrolle algún tipo de legislación oportuna al efecto, aplicaremos la costumbre adquirida desde los albores del advenimiento de este “Boletín FEDAES” (allá por año 1 de este siglo), a sabiendas que el uso o el hábito marca la tradición, y esta es ley mientras no haya otra de mayor rango en sentido contrario.

El caso es que, en este momento, no queda otra que felicitar el nuevo ciclo, el nuevo año que se nos presenta por delante a estrenar, flamante, fresco… Así pues, desde estas líneas queremos hacer llegar, en nombre de la Federación de Ataxias de España, Junta Directiva, trabajadores y voluntarios, nuestros mejores deseos para este Nuevo Año, 2019 de nuestra era. Y a ver si por fin… ¡Hombre ya!.

 

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