Resiliencia. La adversidad no la podemos elegir, pero sí la actitud con que la afrontamos.

Algunas veces uno piensa que es un ser único e inequívoco en este valle de lágrimas llamado mundo, y que algunas cosas sólo te pasan a tí y otras, que algo que te pasa a tí, por extensión, le ocurre a todo quisqui.  Un ejemplo de ello es algo que, al parecer de éste que suscribe, es que seguramente le pasa a todo el mundo, que nunca antes habías oído una palabra o una expresión y a partir de ese momento te encuentras con ella constantemente, hasta en la sopa, aunque ésta no sea precisamente de letras.

Quizás ha llegado el momento de hacer un ejercicio práctico y comprobar si a nuestros queridos lectores les ocurre lo mismo. Usaremos un vocablo poco usado en el ámbito coloquial pero que podamos recordarla fácilmente. Y para que una palabra cobre sentido y  no se olvide, nada mejor que hablar de ella, desmenuzarla, diseccionarla y, así, entenderla.

Usaremos además una palabra que tenga un significado especial para los incondicionales que nos reunimos en este foro atáxico y que a la vez nos sirva para sobrellevar de mejor grado “lo nuestro”, para favorecer cuando menos un cierto enriquecimiento personal o aunque sólo sea para pasar el rato, que es lo que humildemente pretenden los editoriales del Boletín FEDAES.

Así pues, dicho lo cual, el término en cuestión es “resiliencia”. Seguramente la mayor parte de nuestros más avezados lectores ya conozcan el término. Les pedimos disculpas de antemano, pero pueden seguir leyendo porque esta palabra nos servirá sin duda a los que nos enfrentamos a una enfermedad, no ya crónica, sino neurodegenerativa, y por tanto grave. Pues bien, vamos a ver si no se nos olvida y los usuarios de este foro la ponemos en práctica porque no nos vendrá mal fomentarla.

La resiliencia no es ni más ni menos que la capacidad humana de afrontar situaciones difíciles. Dicho así, de forma tan general, nos deja un poco atérmicos, o sea que ni frio ni calor (0ºC); pero es que resulta que el ser humano es capaz de adaptarse a la adversidad por muy dura que ésta sea. Se trata, por tanto, de un proceso por el cual las personas tienen la habilidad de adaptarse a situaciones traumáticas, a tragedias; en definitiva, a sobreponerse a la adversidad y a ser capaces de seguir adelante, incluso, transformados.

Esta capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite es innata a la persona y la poseemos todos en mayor o menor grado. Es decir, todo el mundo tiene la capacidad de resistir el golpe, sobreponerse y seguir adelante.

Se trata entonces, de un mecanismo innato de supervivencia con el que cuenta cualquier ser humano. No es una característica especial para una minoría, ni tampoco está reservada para personas extraordinarias, sino que es una respuesta natural, normal y frecuente en el ser humano, pero como cualquier habilidad se puede cultivar o al menos favorecer o entrenar.

Y partiendo de la premisa darwiniana de que sobreviven los que mejor se adaptan y de la que dicta el sentido común de que la adversidad no la podemos elegir, pero sí la actitud con que la afrontamos, surge la conclusión de que sí podemos hacer algo por ser más resilientes.  Hay personas que son resilientes porque han tenido en sus padres o en alguien cercano un modelo de resiliencia a seguir, mientras que otras han encontrado el camino por sí solas. Esto nos indica que todos podemos ser resilientes, siempre y cuando cambiemos algunos de nuestros hábitos y creencias.

Entonces, para fomentar la resiliencia habrá que prestar especial atención a diferentes aspectos como:

  • El buen autoconocimiento de potencialidades y limitaciones para trazarse metas más objetivas que no sólo tienen en cuenta las necesidades y los sueños, sino también los recursos de los que se dispone para conseguirlas. Ello ayudará a plantearse objetivos y metas más realistas, a no perderlos de vista y sentir la seguridad de que se pueden lograr.
  • La creatividad, pues ante una experiencia dolorosa que no tiene remedio se puede, y se debe, obtener algo bello o útil.
  • Apertura al aprendizaje continuo asumiendo las dificultades como una oportunidad para generar un cambio, para aprender y para crecer. Creer firmemente que superaremos las crisis saliendo crecidos nos hace mantener la calma y tener una actitud constructiva para su solución.
  • Fomentar el hábito de la conciencia plena del momento, viviendo el presente, disfrutando de los pequeños detalles y adaptándose a él.
  • Establecer contactos sociales y redes de apoyo emocionales. Rodearse de personas con actitud positiva ante la vida cultivando las amistades optimistas y evitando los vampiros emocionales.
  • Ejercitar la objetividad y desarrollar un optimismo realista u optimalismo, el cual producirá la convicción de que por muy oscuro que sea el momento, siempre llegará otro que será algo mejor.
  • No intentar controlar las situaciones, ello produce fuertes tensiones, y el estrés no es bueno para el ánimo porque es irracional. Aceptar que los cambios forman parte de la vida y mirar con perspectiva permite relativizar los problemas más graves con lo que hace posible su mejor abordaje.
  • Buscar la flexibilidad ante los cambios, valorando diferentes alternativas, tratando de adaptar los planes y cambiar las metas cuando sea necesario.
  • Afrontar la adversidad con humor. Reirse de ella y sacar una broma de las desdichas. La risa es la aliada perfecta del optimismo.
  • Ejercitar la abstracción para discernir cuándo se debe sentir emociones intensas o centrar la mente en alguna distracción.

Y dicho en términos bíblicos, estos mandamientos se resumen en dos: Mantener siempre viva la esperanza, visualizando lo que se desea conseguir en lugar de ver lo que se teme hace que estemos más tranquilos y más cerca de conseguirlo con nuestro esfuerzo personal; y sobre todo cuidarse y mimarse, pues ya bastante dura es la vida, y la nuestra no te digo nada…

Así que un poquito de resiliencia, por favor…

 

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