Mi hermano Vicente

Original: 17 de septiembre de 2011
Blog «Ataxia y atáxicos».
Por Cristina Sáez Vallés, paciente de Ataxia de Friedreich, de Zaragoza.Nota previa del administrador del blog: Para los nuevos lectores, que desconozcan a los protagonistas de hoy, aclaro que tanto el fallecido Vicente, como su hermana Cristina, ambos, padecieron uno, y sigue padeciendo el otro, la enfermedad de la Ataxia de Friedreich.

 

Mi hermano Vicente

Hoy, hace trece años que te fuiste… pero trece años no son nada… ¡pasan tan rápido!
Yo me quedé… desconsolada… pensando que a tí te tocó lo peor… o quizá no. Posiblemente, tú te liberaste, y yo sigo atada en este mundo.

Tu marcha no fue una huída: Fue una lucha hasta el final… un duelo con la muerte. Perdiste, sí, pero ¡qué combate!.

No sé si tú perdiste, pero yo te perdí a ti. Perdí tu apoyo, tu compañía, tu risa… contigo se fue una parte de mí. Ya no soy la misma… me faltas tú. Y tengo miedo. Contigo, me enfrentaba a la ataxia, y tenía un compañero de enfermeddad que me comprendía, y, juntos, nos defendíamos de la ignorancia de los demás.

Mi hermano Vicente

Tú no te has ido del todo, y has dejado una honda huella en los corazones de todos los que te conocimos y de los que te han conocido después, a través de nosotros.

Un día que tú no estabas

Cuando éramos niños, tú ya destacabas en muchas cosas. Eras inteligente y estudioso, pero muy travieso. Y te inventabas historias, que yo, dos años mayor que tú, no me creía. Siempre sucedían las cosas más increíbles: “…un día que tú no estabas”, me contestabas, con ese acento andaluz que tenías a los cuatro años, que, seguramente, se te pegó viendo los dibujos animados de Pixie y Dixie, en los que salía Jinks, el gato andaluz.

 

Los dibujos animados

¡Cuántas veces habremos visto las mismas historietas de dibujos animados de D. Gato, El gallo Claudio, Bugs Bunny, Silvestre y Piolín…! Siempre los veíamos en la segunda cadena de la televisión (sólo había dos cadenas, en aquellos tiempos). Y tú y yo rezábamos para que pusieran más dibujos, otra más, aunque fuera repetida: “Por favor, Señor, por favor…”, rogábamos a Dios con las manitas juntas, en posición de rezar. Y, a veces, nuestras plegarias eran escuchadas. Pero cuando en la primera cadena ponían fútbol, no había dios que nos atendiera. A mi hermano mayor le gustaba el fútbol, y él tenía el mando, hipotéticamente hablando, ya que entonces aún no teníamos mando a distancia en la tele. Mi hermano mayor era más fuerte, y nos podía. Así que se veía el fútbol. A tí también te gustaba el fútbol, aunque tu afición empezó unos años más tarde, cuando dejaron de gustarte los dibujos, y te interesaron otras cosas, como el deporte.

 

Los dinosaurios

“¡Qué fuerte debía de ser Adán para luchar contra los dinosaurios!”, nos dijiste un día, de pronto, saliendo de tu habitación con un libro muy gordo entre tus manos, que tenía dibujado en la portada un Tiranosaurio Rex. Estabas confundido. En el colegio (de curas) te enseñaban que Dios creó al primer hombre, Adán. Pero antes creó a los animales, y, claro, te liabas. Y no sólo tú…

Pero te sabías los nombres de todos esos bichos. Luego, vino tu afición por los animales, y te hiciste socio de ADENA. Y conociste en persona al mismísimo Felix Rodriguez de la Fuente, que vino a Zaragoza invitado por la asociación, para presentar un documental. Fue en un cine, muy cerca de casa. Allí fuimos tú y yo, con nuestros padres. ¡Qué ilusión! Y sortearon regalos. Y a tí te tocó uno. Pero no el que te hubiera gustado. Te tocó una batería de cocina de juguete, que a mí me encantó, pero que a tí te fastidió tanto… no querías regalármela, para hacerme rabiar. Eso era muy habitual entre nosotros. Al final, me la diste, aunque no muy convencido, y a regañadientes.

 

«Sólo sabe a agua», decía el anuncio televisivo

No sé quién de mi familia echó vino tinto en una botella vacía de agua de Solares. Apareciste dando tumbos, y dijiste que el anuncio de la tele era una mentira, porque “El Agua de Solares es muy rica”. Te bebiste la botella entera. Corrieron a la casa de Socorro contigo. Tendrías cuatro, o cinco, años. Era el día de Reyes.

 

Tú en una esquina, y tu hermana en la otra

Nos sentábamos a la mesa siempre juntos. Discutíamos, reñíamos,nos pegábamos, nos tirábamos la comida… hasta que mi padre explotaba, y nos separaba. “¡Uno a cada esquina de la mesa!”. A los pocos segundos, volvíamos a estar juntos otra vez.

Siempre juntos, jugando y peleándonos. Una vez me llamaste “Hija de p…”. Y yo, ni corta ni perezosa, llamé a la mamá, y le dije: “Vicente te ha llamado p…”. Eso, entonces, te valió un zapatillazo de nuestra madre. Siempre me lo has recordado. Creo que es lo único que nunca me perdonaste, aunque te reías de mi ocurrencia, y se la contabas a todo el mundo.

Discutíamos mucho, de niños y de mayores… y nos enfadábamos un montón. Unas veces tenías razón tú, y otras, yo. Pero siempre sabías perdonar, o pedir perdón. Siempre ha sido así entre nosotros.

La ataxia, el teatro, el instituto, el BV 80, mis cortos… ¡Tantas cosas hicimos juntos! Cuarenta y dos años casi, hasta que un día, hace cinco años, tu corazón dejó de latir.

Me dejaste, Vicente, y tengo que perdonarte. Pero me cuesta. Tú me perdonabas siempre. Aunque la trastada la hicieras tú, me decías, con esa vocecita de niño bueno, andaluz: “Te perdono”.

Ahora no estamos uno en cada esquina. No volveremos a estar juntos, al menos aquí, en la tierra. Perdona tú que no pueda perdonarte. Quizás es por miedo a olvidarte. Porque, en el fondo, me siento culpable por sobrevivirte. La trastada me la hiciste tú. Dime que me perdonas.

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